2.2.12

Cuántos años me imploró el corazón que lo llevara de nuevo a hacia ti para amarte, cuánto tiempo te creí la única que podía ampararme, el último resquicio de mi felicidad. Tanto me lo pidió el corazón, que te busqué sólo para enterarme que en la mujer que eres ahora ya no estás tú, que los años pasan implacables. Escuchar tu charla seca y estéril me ha destrozado los sueños, me ha matado la fe. He sido iluso para no aceptar que realmente todo terminó, para no volver a querer ni volver a vivir. Me perdí a mí mismo cuando me llené de tu sombra. Ruego que aun no sea tarde para recomenzar, para dejarte por fin ir, devolverte y que tus huellas se fundan en el ancho mar.

31.1.12


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23.1.12

Hace unas noches estaba terminando de lavarme los dientes cuando me di cuenta que lo había hecho con su cepillo. El mío es el rojo, tenía en la mano el azul. Lo volví a poner en su sitio lentamente y apagué la luz escondiéndome a mí misma el secreto. He repetido el cepillado así durante varios días, me gusta. Me cepillo largamente viéndome en el espejo mientras la respiración se me acelera y se me frunce la cara. Aun saboreando el dejo ferroso y mentolado, pongo el cepillo de vuelta donde él nunca lo ponía, junto al mío. Los dejo los dos mirando al frente, uno al lado del otro. Apago la luz.

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16.1.12

No sé qué me pasó, no me lo explico. Ella dijo que había dejado una nota sobre la mesa de la cocina. Yo no la vi, no tuve hambre, tampoco pude buscarla después. Cuando eran las 10 más o menos empecé a llamarla. Sobre las 12 dejé un par de mensajes. A las 3 comencé a hurgar entre sus cosas. A las 4 comencé a cortar sus jerséis; a las 5 ya había acabado con todo el armario. ¿Desesperación? ¿Celos? ¿Locura? No sé, no lo entiendo, todo junto quizá. Se sentía como un río de lava ardiente, un impulso inevitable, colérico, incontenible. Me senté sobre la pila de retazos y comencé con los zapatos. Entre mi llanto fiero no me di cuenta cuándo amaneció. Cuando llegó, hacia las 8, yo ya hacía horas que no era yo y comencé a tirarle encima los tacones uno a uno con fuerza, reclamándole entre dientes. Atiné a su hombro y en ese momento se cortó todo. Silencio. Cámara lenta. Toda la noche entre la ropa y la violencia que hacía un segundo me parecía perfectamente justificada de repente se me hizo ajena, absurda. Atisbé mi monstruosidad, pedí perdón. Cuando me sacó de casa a gritos le dije sollozando que había meado sobre su estuche de maquillaje. Era mentira.
La única bondad de todo esto es que ya nunca volveré a tener que esperarla.

13.1.12


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4.1.12

Quien los hubiese visto caminar hombro a hombro por la calle, jamás habría anticipado un final. De la mano, parecían pertenecer al conjunto de cosas que vienen en pares, como los calcetines, o los pendientes; cosas cuya existencia aislada parece absurda, inútil o hasta irrisoria. Caminaban en silencio comunicándose exclusivamente con el cuerpo, avanzando siempre con el mismo pié sin atropellarse, en sincronía coreográfica. Había un aura de misticismo y envidia, como un humor de ángeles fétidos, que los rodeaba por esos tiempos. Verlo a él caminar ahora sólo por la calle es desesperanzador para todos los que no hemos tenido ni siquiera la mitad de esa especie de complicidad sagrada que tenían ellos. Compartir el amor profundamente, amar y ser correspondido, es una cosa rara, me han mostrado los años, y no todo el mundo tiene el lujo. Perderlo, imagino, no puede más que servir para dos cosas: Morir de pena o vivir en agradecimiento eterno por haber podido tener ese regalo.