23.1.12

Hace unas noches estaba terminando de lavarme los dientes cuando me di cuenta que lo había hecho con su cepillo. El mío es el rojo, tenía en la mano el azul. Lo volví a poner en su sitio lentamente y apagué la luz escondiéndome a mí misma el secreto. He repetido el cepillado así durante varios días, me gusta. Me cepillo largamente viéndome en el espejo mientras la respiración se me acelera y se me frunce la cara. Aun saboreando el dejo ferroso y mentolado, pongo el cepillo de vuelta donde él nunca lo ponía, junto al mío. Los dejo los dos mirando al frente, uno al lado del otro. Apago la luz.