4.1.12

Quien los hubiese visto caminar hombro a hombro por la calle, jamás habría anticipado un final. De la mano, parecían pertenecer al conjunto de cosas que vienen en pares, como los calcetines, o los pendientes; cosas cuya existencia aislada parece absurda, inútil o hasta irrisoria. Caminaban en silencio comunicándose exclusivamente con el cuerpo, avanzando siempre con el mismo pié sin atropellarse, en sincronía coreográfica. Había un aura de misticismo y envidia, como un humor de ángeles fétidos, que los rodeaba por esos tiempos. Verlo a él caminar ahora sólo por la calle es desesperanzador para todos los que no hemos tenido ni siquiera la mitad de esa especie de complicidad sagrada que tenían ellos. Compartir el amor profundamente, amar y ser correspondido, es una cosa rara, me han mostrado los años, y no todo el mundo tiene el lujo. Perderlo, imagino, no puede más que servir para dos cosas: Morir de pena o vivir en agradecimiento eterno por haber podido tener ese regalo.