12.11.11

Te reíste y miraste hacia un lado, coqueta, apoyando sobre el dorso de la mano tu barbilla. Tus pestañas le hacían sombra a tus ojos en un ángulo matemáticamente estudiado para hacerte hermosa. Tu nariz se veía espléndida.
Sin pensarlo levanté mi mano y te toqué la mejilla. Me miraste sorprendida y petrificada primero, y luego lentamente te apoyaste dócil sobre mi palma y me sonreíste amplia y generosa. Te escribí en una servilleta arrugada mi teléfono privado junto a una línea breve alabando la belleza de la luz de la tarde cayendo sobre tu rostro sonriente en mi mano.
Al volver al trabajo era un héroe vencedor y pletórico. Me lamí la mermelada de mora que me dejaste en el borde de la boca.